David Sebastián Cardozo, 14 años, que vivía en el barrio Durian en del kilómetro cinco de la localidad de Eldorado, en el inicio de la vida, falleció ayer por falla multiorgánica y con dengue.
Su luz que se apagó nos debe llamar a una profunda reflexión como individuo y actor social del papel que nos ocupa tener en esta lucha contra el mosquito aedes aegyptis, el vector del dengue.
Nos ganó la desidia, el abandono, el que me importa, el no es problema mío, a mí no me a tocar, el otro debe ocuparse, el Estado tiene la culpa y yo no. Todo junto.
Se informa constantemente en los medios y en las redes sociales el combate al mosquito. Es increíble pero no surte efecto: se sigue observando conductas desaprensivas por doquier y sin importar donde.
Ya no interesa sí es en una barrio alejado del centro o en el centro mismo de la Ciudad. Hay vecinos que no dejan ingresar a los fumigadores del Estado a sus casas a hacer su trabajo y verificar el estado de recipientes, macetas, floreros o cualquier recipiente que pueda contener el maldito mosquito.
Y no son sólo personas humildes, si no gente de buena posición económica. Sí, así como se lee.
Hasta hay casos donde madre e hija tuvo dengue y su propio vecino impidió que la gente de Vectores Eldorado haga su trabajo de fumigación: gana el egoísmo, el antisocial, el despreocupado, el insolidario.
Hace años que se pide y se ruega que limpien sus patios y tengan una conducta con los criaderos del mosquito. Lo sabemos por el bombardeo casi diario de ello. Pero la ignonimia del vecino que es visitado por agentes sanitarios puede mas.
El «puerco» se siente insultado y avasallado ante la visita, es una ofensa grave a su persona pretender revisar su patio. Y, se repite, no es el humilde el que reacciona así, también el pudiente.
El dengue es una enfermedad democrática, transversal a la sociedad como pocas.
La capuera, el amontonamiento de cosas inservibles, los tachos con agua, las piletas abandonadas, las cubiertas de neumáticos, la falta de higiene, todo es el vultivo ideal para la propagación del maldito dengue.
Y ante esto, todos estamos en peligro, sin miramientos.
Uno mismo, sus hijos, sus padres, sus hermanos, su pareja, sus parientes, sus amigos, todos caen en la «volteada». No mira ni a quien ni con quien.
Esta luz que se apagó nos debe remorder la conciencia de qué estamos haciendo mal, qué no hicimos para que su sonrisa, su afecto, su vida se haya apagado así, casi sin sentido.
Debemos redoblar nuestros esfuerzos, enterrar nuestro espíritu egoista, limpiar no sólo nuestra alma, si no nuestro patio, pedirle al vecino colaboración con esto, contra ese mal. Es de todos y para todos esta tarea.
Es casi titánica, un cambio cultural que debe iniciarse ahora.
Sino, en esto, todo va a seguir igual y todos terminamos perdiendo, incluso Ud.
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